Una de las noches de hace poco, apareció de madrugada por el hospital una chica de diecimuchos o veintipocos. No me acuerdo, pero sí que era mayor de edad. Igual que la amiga que la acompañaba.
La chica venía medio inconsciente, apestando a alcohol y a vómito, con la cara llena de churretes de maquillaje y rimmel tal que parecía un mapache drogadicto; despatarrada en la silla de ruedas, enseñando las bragas y media teta, mientras que su amiga empujaba la silla hacia la consulta con inusitada habilidad.
La amiga samaritana la traía al hospital porque había bebido mucho más de la cuenta, para que la arregláramos. Cuando empezó a cuestionar mis indicaciones para el caso, que casi convierte en una sesión clínica -golfa, como las de cine, dada la hora- comparando con los hábitos en los tres grandes hospitales de Sevilla (eran originarias de una localidad cercana a la capital), empecé a comprender de dónde venía su destreza empujando sillas de ruedas. Las borracheras que terminan en inconsciencia en las urgencias del hospital más cercano eran un hábito en sus vidas.
Esa chica, y su amiga, unas horas antes habían dedicado un buen rato a elegir ropa (escasa) y maquillaje y complementos (abundantes) para salir a comerse la noche portuense, pero en vez de comérsela, se la bebieron.
Y con ello destrozaron todo el mimo que pusieron a la hora de prepararse para salir a divertirse, acabaron con la diversión, y con la dignidad al terminar con semejante facha en las urgencias del hospital local.
Y, dada la experiencia demostrada por los hospitales de Andalucía Occidental, sospecho que esto ocurre con tanta frecuencia que también se puede decir que se van dejando la salud cada fin de semana, inflamando el hígado, multiplicando las probabilidades de sufrir varios tipos distintos de cáncer, destrozando el estómago, y los nervios de sus padres, y vaciando la cartera en el culo de una botella, o dos, o tres.
Por no hablar del riesgo de cometer un delito o un accidente de tráfico, o ser víctima de uno, o contagiarse de enfermedades venéreas o llegar a un embarazo no deseado por no ser por completo dueña de sus actuaciones.
Medio millón de adolescentes se emborrachan al mes, y como eso es estadística, probablemente en febrero sean muchos menos, y en estos meses de verano, que tanto se sale, con menos obligaciones, más tiempo libre, clima favorable, y un poco de "living la vida loca", serán muchísimos más.
El consejo generalizado es "modera tu consumo de alcohol". Nadie te toma en serio cuando dices "no bebas alcohol". Ninguno. Es posible, lo creas o no. Tanto, que hay quien no es capaz de moderarse. y su única alternativa para convertir las salidas en seguras, es no beber en absoluto.
Como tantas veces digo en la vida y en este blog, hay que tomar un camino, el que lleve al estilo de vida que queremos llevar, y hacernos responsables de las consecuencias de nuestras decisiones.
¿Y tú?¿Qué quieres?