Para la entrada de hoy tenía previsto otro tema, pero las circunstancias me hacen sentirme obligada a cambiarlo. Curioso que la última entrada sea sobre las quemaduras, cuando los sucesos que han rodeado a la atención a un paciente con una quemadura son los que me hacen escribir hoy.
Un día de la semana pasada he sido agredida en el consultorio.
Por suerte, no agredida físicamente hasta el punto de sufrir lesiones en el cuerpo, pero sí lo suficiente para sufrir lesiones en el alma.
Jamás le voy a encontrar justificación a que un "señor" me empuje, me zarandee, me grite, me amenace y me insulte. Así que, por eso, y porque alguno de mis pacientes que me lean pueden reconocer a los personajes de la historia y no estoy segura de si eso constituiría un delito contra la Ley Orgánica de Proteción de Datos, no os voy a distraer aquí con los detalles del suceso. Aunque hubiera sido yo quien lo hubiera irritado, LA AGRESIÓN NUNCA ESTÁ JUSTIFICADA.
Sólo quería compartir con vosotros mi malestar. He estado muy enfadada. Oye, y no le he pegado a nadie. Cuando se me ha pasado el enfado, por la situación, he empezado a identificar el resto de los sentimientos y emociones que he sufrido.
Miedo.
Rabia.
Desconcierto.
Impotencia.
Vergüenza.
Humillación.
Frustración.
Ansiedad, y sus somatizaciones (dolor de espalda, dolor de cabeza, insomnio).
Encima tengo fiebre. Que dice mi madre, que es muy holística para estas cosas, que eso es por la angustia que he pasado, que me ha bajado las defensas. Ay madre, con lo poco que me gusta esta expresión, pero comprendo que se entiende muy bien. Como la de "cambiarle a uno el metabolismo", que también es odiosa pero todo el mundo la entiende. ¡Me voy del tema!
A lo mejor es porque no soy buena persona, pero no estoy de humor como para perdonar. Resulta que es la primera vez que alguien me agrede. Menos aún en el trabajo.
Me admira, en el sentido negativo de la palabra, que salvo el conductor de la ambulancia, ninguno de los muchos presentes hizo absolutamente nada para evitarlo. Gracias, José, por tu apoyo siempre incondicional.
Creo que lo voy a recordar cada vez que algún paciente me diga "ay Pilar hija, (porque es que me suelen hablar así de cercanamente) tú no te vayas a ir de aquí que te apreciamos mucho".
Pues igual no, igual se aprecian a ellos mismos y yo sólo soy útil para su bienestar. Igual se tiene que acabar el "Pilar, hija" y tengo que adoptar el "Doctora" y el "usted", cosa que no he hecho en catorce años que llevo rodando por centros de salud.
Añadan a la lista
Descrédito.
Rencor.
Desapego.
Y sigo enfadada.
Y eso que yo no estaba quemada, aunque consultas de 60 y guardias localizadas (sí, mitad de precio y con un timbre en la puerta, sin saliente por supuesto) acaban con los nervios y la motivación de cualquiera. Yo me nutría de la bendita relación médico-paciente. A ver qué me busco ahora para no convertirme en una marmota.
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